miércoles, 14 de septiembre de 2022

LA INCREIBLE HISTORIA DE LA "ABUELA" DE 88 AÑOS QUE SIGUE JUGANDO AL TENIS

Deportista, mujer activa, mamá y abuela, Ana Obarrio es una sanisidrense de 88 años que se destaca en competencias y torneos profesionales de tenis, es decir, no tiene nada que envidiarle a quienes hoy se mantienen en los rankings mundiales del deporte.

Su curiosidad por esta actividad empezó en su adolescencia. En ese entonces su padre era un fiel fanático del tenis y lo practicaba constantemente. Fue en una de esas oportunidades en las que Obarrio sintió el deseo de probar el deporte y ver hasta dónde la llevaba. Años más tarde, ya en 1948, se federó como tenista profesional y aquellos días que entrenaba en el San Isidro Club quedaron en el pasado. Ya estaba preparada y deseosa para lanzarse a las altas competiciones, pero hubo algo que la detuvo.

Siendo una joven de 18 años interrumpió su pasión por otra: decidió seguir a su hombre y formar una familia con él. Pasaron los años, décadas incluso tuvieron hijos, y hoy Obarrio tiene 38 nietos. Recién cuando enviudó se animó a empezar a jugar nuevamente al tenis.

Antes de decidirse, una amiga le había dicho “Vos estás jugando muy bien, anotate en los campeonatos”, y de ahí en más no paró. “Cuando entro a la cancha siento como que bailo ballet, no bajé los brazos y seguí el impulso de mis deseos”, dice.


Un deporte que enseña y transforma

“En el deporte aprendés mucho de la vida, a competir, a perder, a ganar, es algo que te da energía, placer, bienestar. No es solo físico, tiene una parte mental que es muy importante, te hace accionar las neuronas, tenés que estar preparado para tomar decisiones y reaccionar rápido y eso me preparó para la vida”, cuenta Obarrio.

Fuerte creyente de la frase “voy donde la vida me lleve”, a la tenista de 88 años se le presentó una oportunidad única que la remitió a sus inicios y decidió volver a apostar por un deporte que la hizo feliz cuando era adolescente.

“El tenis tiene mucho de estrategia, tenés que observar al contrario cómo se mueve, a dónde la tenés que mandar, no es solamente pegarle a la pelota. Me pasa que cuando gano siento mucha felicidad por lo que logro, es la respuesta a mi esfuerzo y cuando pierdo pienso cómo hacer para ganar la próxima vez, cómo puedo mejorar”, confiesa.

Consultada por Dolores Pasman, periodista de LA NACION y moderadora del panel, sobre cómo hace con el deporte cuando se encuentra cansada o cómo maneja la intensidad física de dicha actividad, Obarrio cuenta algo inesperado: “Si estoy cansada voy a jugar, el tenis me hace sentir mejor, me da mucha energía, no me cansa para nada, me activa”.


* Consejos de Ana Obarrio para adultos mayores que le tengan miedo al deporte:

“El tenis se puede jugar a cualquier edad porque se adapta para todos”

“No tenerle miedo porque el cuerpo necesita eso para estar bien y brinda fuerza de voluntad”

“Hacer tenis ayuda a ser independiente, te hace pararte frente a la vida solo”

Hace 10 o 15 años que empezó a viajar y que no para de conocer el mundo. Anduvo en globo, en helicóptero y conoció personalidades de otros países. “El tenis me abrió al mundo”, dice. Hoy se está preparando para competir en Mallorca el año que viene, para eso se entrena diariamente y para no perder la diversión, juega con sus amigas.


Por Victoria Vera Ziccardi

domingo, 11 de septiembre de 2022

LA HISTORIA DE FACU: LA SONRISA ADOLESCENTE Y EL PELIGRO QUE NADIE VIO

Era verano y hacía pocos meses que a María del Carmen le habían detectado una enfermedad. En ese entonces era una joven contadora, 48 años tenía, y le habían recomendado no manejar así que durante el tratamiento su marido y Facundo, su hijo del medio, habían empezado a turnarse para llevarla y traerla al trabajo, de Villa Adelina a Belgrano, de Belgrano a Villa Adelina.

“Viste que por lo general los adolescentes se encierran en sus piezas con el celular o la compu y chau, estamos todos en la misma casa, sí, pero cada uno en lo suyo...”, introduce María Del Carmen Schwindt mientras conversa con Infobae. “Bueno, ahora pienso que gracias a mi enfermedad pasé muchas tardes con Facundo de ese último verano, de ese último mes de su vida en realidad”.

Facundo era adolescente y en una de esas vueltas a solas en el auto sucedió algo que María del Carmen resignificó después de su suicidio.

“Paramos en un semáforo. Hacía calor, él iba con la ventanilla totalmente abierta, y se acercó un muchacho vendiendo flores. Yo le dije ‘Facu, cerrá, te pueden manotear’. Él ya había agarrado la billetera y me contestó: ‘Mami, ¿por qué pensás que todos los pobres son chorros?’”.

La madre no supo qué responder y el hijo volvió a decir: “Lo que pasa es que vos estás acostumbrada a ir siempre para adelante, nunca te parás a mirar hacia los costados”.

“Yo lo oí -recuerda ella ahora- pero creo que no lo escuché”.


Una familia

María del Carmen (51) y Francisco (53), su marido, se pusieron de novios en la adolescencia y están juntos desde entonces. Ella fue siempre contadora, él trabaja desde hace 30 años en una empresa de pintura.

“Nos casamos, tuvimos tres hermosos hijos varones, una familia común y corriente”, describe. “Con mucho esfuerzo” entonces, mandaron a los tres a un colegio privado alemán de Villa Adelina.

Fue en el verano de 2019 que el suicidio de Facundo, que había cumplido 19 años, dejó flotando en el desconcierto a todos. “Había sido siempre “el payaso de la familia. Sonreía tanto que mi mamá lo llamaba ‘Sonrisa Kolynos’. Había empezado la facultad, estaba lleno de amigos, nunca estuvo tirado en una cama, algo que uno dijera ‘mmm, ¿qué pasa acá?”.

María del Carmen dice “suicidio” y no dice “muerte” porque está convencida de que la única forma de prevenir el suicidio adolescente es hablando del tema, sacándolo del tabú, dando herramientas, especialmente desde la escuela secundaria.

“Nosotros tratamos de prepararlo para todos los riesgos a los que se enfrentan los adolescentes: que no tomara alcohol si iba a manejar, que se cuidara de la inseguridad si salía de noche, hasta de la violencia psicológica en esos primeros noviazgos tortuosos que suelen suceder a esa edad, el suicidio no estaba en nuestra lista”.

En ese comienzo de 2019, entonces, María del Carmen llevaba cuatro meses lidiando con un diagnóstico de mieloma múltiple, un tipo de cáncer en la sangre que comienza en las células de la médula ósea. Se le había fracturado una vértebra de la nada -ese, de hecho, había sido el síntoma centinela-, y por temor a que se le fracturara también el fémur le habían prohibido manejar.

La habían operado en enero, había empezado quimioterapia y ese lunes 18 de febrero ella y su marido, dispuestos a pelearle a la enfermedad con lo que fuera, habían partido rumbo a Entre Ríos para visitar a una curandera.

“Facu había pasado casi todo el fin de semana con sus amigos, y ese lunes no lo vimos despierto porque yo me había ido a hacer quimio temprano y él había ido a una entrevista de trabajo. Cuando salió nos llamó por teléfono para contarnos. Dijo: ‘Me fue bien, me gustó, parece que quedé’. Después me preguntó ‘¿por dónde van?’ y yo le contesté ‘ya cruzamos el segundo puente, ¿por?’, y él me respondió ‘ah, porque yo quería ir’”.

Fue una conversación más, al menos en apariencia. Él, que le preguntó a su mamá si podían traerle de Entre Ríos un regalo para su mejor amiga, que cumplía años; su mamá, que le contestó ‘¿qué le vamos a traer, Facu, un queso, un chorizo? Andá a Unicenter, hijo’”.

“Cortamos. Una hora y cinco minutos después llamó mi hijo menor, que en ese momento tenía 14 años, para decirnos lo que había pasado”, cuenta María del Carmen y hace, primero silencio, y después “no” con la cabeza. No hace falta que diga más nada porque su cuerpo dice el resto: “¿Cómo?”, “no”, “¿qué?”.

Estaban a tres horas de distancia y volvieron en dos ruedas, casi no recuerda cómo. María del Carmen ahora sabe que para evitar el efecto imitativo una de las recomendaciones es no describir el método con el que alguien se suicida, así que lo menciona, pero queda en privado.

También sabe que es un error resumir la causa en un solo factor -por ejemplo “se mató por una pena de amor”- porque, aunque pueda haber un detonante, las causas del suicidio son más complejas.

Algunas, advierte el informe de UNICEF llamado “El suicidio en la adolescencia, la situación en Argentina”, son la ausencia de personas o instituciones significativas capaces de contener, las dificultades para cumplir con los estándares sociales aceptados (tal orientación sexual o tal tipo de cuerpo), un padecimiento mental no atendido, un abuso sexual.

“Nosotros no entendíamos nada. Para mí, alguien que podía suicidarse era un chico pobre, sin techo, sin comida. Facu tenía todo”, sigue su mamá. “O eso creíamos”.

La Policía les pidió que se fijaran si había dejado alguna carta. “Y había dejado dos”, sigue, y sólo elige revelar los detalles que hacen a la cuestión. En la primera Facundo pedía perdón por lo que iba a hacer y les pedía que donaran sus órganos, algo que la situación no permitió.

“La segunda era muy extensa y contaba que estaba pasando por mucho sufrimiento. Sentía que no servía para nada y cosas así. La leíamos con mi marido y yo decía ‘¿pero cómo? Este no es mi hijo, este no es el Facundo que yo conozco’. Nunca nos había dicho nada de lo que sentía, ni en esos viajes de vuelta al trabajo conmigo, ni a sus amigos, ni a sus hermanos”.


Después

Hay algo cultural en lo que dice María del Carmen asociado a esto de que “los varones no hablan”, “los varones son fuertes”, “los varones no lloran”. Lo sostiene ella y lo avala el informe de UNICEF.

El suicidio, dice el relevamiento de 2019, es la segunda causa de muerte en chicas y chicos de entre 10 y 19 años (entre los 15 y los 19 la mortalidad es todavía más elevada). La mayor cantidad de muertes, efectivamente, se producen en los varones: es tres veces mayor a la tasa de muerte de las chicas.

“Los comportamientos culturales atribuidos al género masculino, tales como menor tendencia a comunicar sus problemas y a reconocer que necesitan ayuda o que tienen dificultades, lleva a los varones a concretar las acciones de manera más frecuente que las mujeres”, dice el trabajo.

En el grupo de padres de Empesares, una ONG que ofrece apoyo para personas que sufrieron el suicidio de alguien amado, María del Carmen lo ve con lupa: “El 90% son madres y padres de varones. Salvo algún caso puntual, ninguno vio señales de alarma”.

Hubo, por supuesto, un quiebre, no sólo para ella: “Después de lo de Facu muchas madres me dijeron ‘tuvo que pasarle a ustedes para que el resto de los papás abriéramos los ojos. Ustedes son una familia común y corriente, nos dimos cuenta de que puede pasarle a cualquiera’”, cuenta.

Y sigue: “No es fácil, ¿qué hacés? ¿le revisás el celular? Me han contado de muchos chicos a los que les encuentran cartas en sus habitaciones”. No es fácil saber cómo evitarlo, por eso hacen falta políticas públicas de prevención.

¿Por ejemplo? Enseñarles a los varones a que sus emociones son válidas, que los varones sí lloran.

¿Por ejemplo? La nueva línea telefónica para urgencias en Salud Mental que anunció el viernes el Ministerio de Salud de la Nación, algo que venía pidiendo, entre muchas otras, la mamá de Chano Charpentier.

Cuatro meses después de la muerte de Facundo, a María del Carmen le hicieron el trasplante de médula ósea que habían tenido que suspender antes. “En ese momento yo quería abandonar todo. No aguantaba el dolor, llegué a pensar que me quería ir con mi hijo. El principio es así”.

Con el correr de los meses, María del Carmen volvió a mirar atrás, escena por escena, tal vez buscando respuestas. Y fue en ese viaje al pasado que se agarró de un hilo.

Pensó en la sonrisa de Facundo y recordó las veces que su hijo había viajado con el colegio a llevar donaciones para chicos de Santiago del Estero y de Catamarca.

“Volvía feliz de esos viajes, especialmente feliz. Se quedaban una semana pintando la escuela, jugando con los chicos, les llevaban ropa, útiles”. María del Carmen cosió ese recuerdo a otro: “Facundo siempre me decía ‘mami, yo voy a trabajar pero también voy a tener una ONG’”. Y sumó esos dos a lo que había pasado en el semáforo un mes antes del suicidio.

“Mami, ¿por qué pensás que todos los pobres son chorros?” y “vos estás acostumbrada a ir siempre para adelante, nunca te parás a mirar hacia los costados”.

Fue así, tratando de ir tras los pasos de su hijo, que viajaron en familia a conocer las dos escuelas en las que Facundo había estado, primero a Catamarca, después a Santiago del Estero. De paso, les llevaron a los chicos cajas navideñas que habían armado con los padres y amigos del colegio de Facundo: la forma más real que María del Carmen encontró de aprender a mirar hacia los costados.

Así nació “La sonrisa de Facu”, una campaña que mantiene algunos de sus deseos vivos.

“Es lo que él quería hacer, no pudo, por eso lo estamos haciendo nosotros en su nombre”, se despide su mamá. Fueron años duros, muy duros, pero de transformación, porque María del Carmen empezó a dejar de lado su profesión de contadora -“en donde lo único que le daba a los demás eran cosas para pagar”- para estudiar coaching y empezar a darle a los demás otra cosa.

¿Qué? Ir a los colegios, contar la historia de su familia, sacar el suicidio adolescente del tabú, hablar de Salud Mental, salir a pedir políticas públicas para prevenirlo. Dar espacio, dejar de hacer cosas y sentarse a hablar con los adolescentes, ver dónde hay falta de esperanza, tratar de que no le pase a otro, tratar de seguir.

(Infobae)


lunes, 5 de septiembre de 2022

NOTANPUAN, UN FESTIVAL LITERARIO QUE FUE UN ABRAZO TRAS LA TORMENTA

Marcelo corre por el patio de Notanpuan como un potrillo desbocado. Hasta hace unos momentos estaba a upa de Fernando Pérez Morales, el dueño de la librería, pero ahora va y viene por las mesas vacías, llega hasta la parrilla recién encendida, dobla veloz hacia el escenario para ver lo que hace Juan, el encargado de las luces y el sonido, y sigue su camino casi sin parar ni para respirar. Marcelo tiene la curiosidad de los cachorros: es un cachorro. Es un cusquito negro y petiso de edad incierta que llegó a la librería en la pandemia y poco a poco se fue convirtiendo en la mascota —y la figura— del lugar: saluda a los clientes, posa para las fotos y hasta tiene un rol protagónico en el Instagram de la librería, donde recomienda libros y novedades.

El patio de Notanpuan se va llenando. Es la fiesta después de la tempestad. Unos días atrás, una lluvia torrencial se ensañó con el local y provocó una inundación de cinco centímetros que arruinó el mobiliario y centenares de libros. “No es la primera vez”, escribieron los libreros en la cuenta de Twitter señalando que la casa que alquilan tiene problemas con los techos viejos y las cañerías, pero “esta vez fue peor que nunca”. La tragedia, sumada a la caída del sector del libro y la crisis económica, agitó el temor del cierre.

Notanpuan es un símbolo de San Isidro. Con casi cuatro décadas de historia —antes era la Boutique del Libro—, se constituyó como un espacio de referencia para lectores y escritores. Fue una de las primeras, si no la primera, en organizar una agenda cultural dedicada a la Zona Norte, con talleres, encuentros, firmas de libros, etc. Fue sede de festivales como el Filba. Hace unos años abrió un sello editorial que lleva el mismo nombre, y publicó autores como Claudia Aboaf, Camila Fabbri y Mike Wilson.

Ante la situación compleja que estaban atravesando, vecinos y amigos se reunieron a ayudar a la librería con donaciones, transferencias bancarias y la compra de esos ejemplares arruinados, que tal vez no puedan ser leídos, pero que tienen el valor del afecto y la solidaridad. Ahora que pasó el diluvio literal y figurado es tiempo de agradecer.


Después de la tormenta

Las cien personas en el patio ya no le dejan tanto lugar a Marcelo, que, sin embargo, se las ingenia para seguir con su deambular feliz. La gente se acomoda sin demasiado orden: algunos amigos se juntan en dos o tres mesas, otros se sientan con desconocidos, y otros más se sientan en el piso cerca del escenario. Es la hora en que cae el sol y en las mesas se vive la transición a la noche con cafés y budines y cervezas y papas fritas. Más tarde, pero para eso todavía falta bastante, habrá copas de vino y choripanes. Un espíritu de comunidad reúne a todos.

“Esto es una fiesta”, dice Fernando Pérez Morales a modo de bienvenida. Y, antes de retirarse, con esa característica tan suya de correrse del centro de la escena, dice: “Ustedes ya nos ayudaron, ahora nos toca devolverles a nosotros”. Siguen, entonces, Denise Fernández y Daniel Lipara, organizadores del encuentro, que presentan el programa de la tarde haciendo mención a la otra tormenta, la que se desató el jueves a la noche con el intento de asesinato a Cristina Fernández. “Queremos contribuir al cese del discurso del odio”, dice ella; “así como las palabras pueden mover un gatillo, también pueden reunirnos en el amor”, dice él.

Ahora es el tiempo de la poesía y la música. “La intención de la convocatoria”, explica Denise, “fue abarcar distintas trayectorias, generaciones y estéticas”. Así, pasa Mara Berger, de veintipico, que inaugura la tarde con una potencia asombrosa —y recita sin leer—, y Olivia Milberg, que construye sentidos a partir de eufonías y polisemia, y siguen Alejandro Méndez, Liliana García Carril, Verónica Yattah, el escritor y editor Denis Fernández, Andi Nachon, Adrián Agosta, Javier Roldán, Manuel Duarte y Milagros Pérez Morales, que dentro de poco será editada por Bajolaluna.

Diana Bellessi no es la última, pero es probablemente la más esperada. Diana lee y algo pasa, y es como si el tiempo se pusiera entre paréntesis. Lee “La tentación de la luz” y “Vestido de su fe” y “Cabritas” y “Chatas” y “La poesía atrás” y cierra con “El mazo”, y una descarga eléctrica cruza el lugar y hay quienes se abrazan y otros se emocionan y todos aplauden.

La noche sigue. Sigue la fiesta. Pasó la tormenta.