domingo, 8 de junio de 2025

CARTA PASTORAL PARA LA FIESTA DE PENTECOSTÉS

 Queridas hermanas y hermanos:

Seguimos celebrando con gozo el tiempo pascual, la victoria del Amor que ha

vencido a la muerte. El Padre ha resucitado a Jesús, y ahora Él está glorificado a su derecha, intercediendo por nosotros y enviando sobre toda la Iglesia el don del Espíritu Santo (cf. Jn 14,26 y 15,26).

Como en aquel primer Pentecostés (Hch 2, 1-13), el Espíritu desciende para renovar la faz de la tierra (cf. Sal 104,30). Es el Espíritu quien va realizando en nosotros la nueva creación, hasta que llegue la plenitud de los tiempos, cuando el Reino de Dios se manifieste definitivamente (2Pe 3,13). Es Él quien sostiene la comunión en la Iglesia y la impulsa a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1,8).

Toda la comunidad eclesial está llamada a escuchar, discernir y seguir por los caminos por los que el Espíritu nos quiere conducir. El discernimiento no es sólo una tarea personal, sino comunitaria. La pregunta "¿Por dónde, Señor?" es una súplica compartida por la comunidad eclesial: "¿Por dónde, Señor, nos querés llevar?"

Para reconocer la voz del Espíritu en nuestras comunidades, necesitamos aprender a escucharnos unos a otros. El diálogo fraterno genera resonancias interiores que nos ayudan a elegir y decidir juntos desde el Evangelio.

Uno de los modos privilegiados para esta escucha es generar espacios reales de conversación, donde la palabra circule libremente, donde cada uno se sienta verdaderamente reconocido como interlocutor.

En nuestra vida personal tenemos muchas conversaciones, algunas superficiales, otras profundas. Hay palabras que nos marcaron el rumbo, que nos ayudaron a crecer, a tomar decisiones importantes y en ellas pudimos descubrir que el Señor nos hablaba. Esto mismo ocurre también en nuestras comunidades.

¿Cómo hacemos para sostener conversaciones comunitarias que nos ayuden a discernir la voluntad del Señor? Les propongo algunas reflexiones para avanzar en este sentido.


a. La fe: fundamento del discernimiento

Todo comienza con un acto de fe: creer que Dios quiere hablarnos, guiarnos y darnos su vida. "Mis ovejas escuchan mi voz —dice Jesús—, yo las conozco y ellas me siguen" (Jn 10,27). También en la comunidad Dios se comunica. La fe nos abre los oídos del corazón para percibir su palabra y dejarnos conducir.

Discernir requiere oración. Sin oración, nuestras conversaciones pueden ser bien intencionadas, pero no serán eclesiales. La oración nos centra en Dios y orienta nuestra pregunta: Señor, ¿qué querés de nosotros?


b. La comunión: apertura a la Iglesia

Conversar en comunidad implica una opción por vivir en comunión con toda la Iglesia. Nos abre a la riqueza de la catolicidad, a recibir el Evangelio vivido por tantas generaciones, culturas y hermanos.

El individualismo nos aísla y debilita el sentido de pertenencia. La humildad, en cambio, nos permite recibir la palabra del otro como don.

Los monólogos, los reproches o cuando nos relacionamos desde el sentimiento de superioridad no permiten que surja una verdadera conversación. Necesitamos escucharnos con corazón abierto, reconociendo que el otro puede tener una palabra de Dios para mí.


c. La esperanza: paciencia activa

Conversar es un proceso. Hay preguntas que no tienen respuesta inmediata. La esperanza engendra paciencia, y la paciencia nos ajusta al paso de Dios. La ansiedad, en cambio, puede llevarnos a decisiones apresuradas. Necesitamos dar tiempo al Espíritu para que actúe. La paciencia es confianza activa.


d. Escuchar a todos, en especial a los más frágiles

Una Iglesia que quiere escuchar al Espíritu no puede dejar de escuchar a los pobres, a los jóvenes, a los más frágiles. Ellos nos ayudan a visibilizar con más claridad los tiempos nuevos, a reconocer el rostro de Cristo en los hermanos y asumir la propia fragilidad.

En toda conversación comunitaria debemos preguntarnos: ¿qué voces nos están faltando?


Nos enseñaba el Papa Francisco que no se discierne ideas sino la realidad, lo que nos toca. El discernimiento se realiza a partir de lo que resuena en nosotros al ser tocados por la realidad del otro. La atención a las necesidades existenciales y espirituales de los hombres y mujeres de este tiempo es el campo de nuestro discernimiento. Si nuestra conversación no toca la realidad, queda reducida a la sacristía, pierde significado.

La conversación que se deja tocar por la realidad nos conmueve y surgen las respuestas que brotan del amor a Dios y a los hermanos. Se produce un movimiento fruto de la pasión por la misión.

Desde este movimiento es que aparecen los caminos de la reforma misionera a la cual nos convocaba el Papa Francisco y que el Papa León recordaba en su primer discurso a los cardenales “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad” (EG 27).

La centralidad en nuestra conversación es la experiencia del amor de Dios que queremos compartir, aquello que nos alegra la vida. Desde ese palpar la realidad es que los invito a sostener conversaciones donde nos preguntemos como Iglesia diocesana por nuestra propia reforma misionera. Que podamos poder sostener conversaciones que nos permitan discernir por dónde nos quiere llevar el Señor.

f. Conversaciones para soñar juntos

Queremos como Iglesia diocesana tener conversaciones que nos permitan preguntarnos: ¿Dónde queremos estar dentro de diez años? ¿Cómo queremos que sean nuestros consejos parroquiales? ¿Cómo trabajar en comunión entre comunidades?

En esta dirección camina el Consejo Sinodal Diocesano y también las nuevas vicarías que hemos creado: de la misión, de la amistad social y de los jóvenes. Son espacios para discernir juntos lo que el Espíritu suscita.

Les escribo esta carta porque deseo, como obispo, sostener una conversación diocesana profunda y abierta. Vivimos tiempos de cambios vertiginosos, y necesitamos discernir comunitariamente. El Señor nos regaló su Espíritu para guiarnos.


e. Tocar la realidad

Todos estamos aprendiendo a conversar en el Espíritu. Como en la vida personal, a veces nos damos cuenta tarde de que no escuchamos bien, o no pudimos expresar lo que queríamos. También esto nos ocurre en la vida eclesial. Les pido que pensemos cómo ampliar nuestras conversaciones:

∙ ¿Cómo incluir a quienes participan cada domingo?

∙ ¿Cómo escuchar a todos los bautizados?

∙ ¿Cómo abrir espacios de diálogo con quienes no comparten nuestra fe, pero están en búsqueda?

Quiero terminar la carta compartiéndoles una experiencia personal. Hace muchos años, era un sacerdote joven y me esperaba al terminar la Misa un  hombre a quien lo ubicaba de la misa dominical, pero no sabía su nombre. Me preguntó si tenía un momento para conversar y ante mi disponibilidad, me comentó: “Mirá, hubo algo que dijiste en la homilía que no lo comparto, que disiento”. Y a partir de allí iniciamos una conversación que se convirtió en una gran amistad. Lamentablemente hace unos años falleció, muchas veces extraño las conversaciones con él, en las que podíamos hablar libremente desde el pensamiento de cada uno, pero siempre me iba con algo nuevo, con una pregunta, con la alegría de lo compartido. Esas conversaciones fueron lugar y ocasión de muy buenos aprendizajes para mí. Un disenso fue la oportunidad para una gran amistad. Así es: los disensos cuando se viven en la comunión son fuente de mucha fecundidad. La palabra compartida cuando está abierta al Espíritu tiene la capacidad de sanar, de recrear, de abrir a nuevos horizontes. Que esta fiesta del Espíritu Santo nos renueve en el deseo de sostener conversaciones que nos permitan escuchar y seguir a Jesús por dónde Él nos quiera conducir. 

Un abrazo a cada uno y a todas las comunidades y le pido a Dios su bendición para todos.


Monseñor Guillermo Caride

Obispo de San Isidro